viernes, 30 de enero de 2015

Terror de aquí y de allá





El fanatismo es una bomba de relojería con el cronómetro en marcha que puede estallar en cualquier momento. Basta el lejano recuerdo de una caricatura, un artículo bilioso, una manifestación pública, una simple crítica o un texto de pura ficción para que el fanático te insulte, te persiga, te golpee o, en el peor de los casos, te mate. En más de una ocasión ha habido personas que se han sentido ofendidas por algo que yo había escrito, a pesar de que no había motivos para ello. Pero ya se sabe, la ofensa es ancha y libre y cada cual se ofende por lo que quiere.
            El fanático no razona, no dialoga, no cede. El fanático grita, golpea y mata. El fanático se deja llevar por sus obsesiones o por las de un líder o de un movimiento y no ve más allá.
             Grupos yihadistas como Boko Haram, el Estado Islámico o Al Qaeda siembran cada semana el terror. Basta recordar el secuestro y la matanza de  niñas a la puerta de colegios –por lo visto es muy malo que una mujer aprenda-, el asesinato televisado de periodistas y voluntarios de ONGs, la reciente masacre te en Nigeria de más de 2000 personas, o el atentado en París al semanario humorístico Charlie Hebdo, con 17 muertos.  Pero no sólo la barbarie es patrimonio de la Yihad. En muchos lugares de Europa están avanzando  los grupos políticos xenófobos  y las actuaciones más dictatoriales. En España sin ir más lejos hace unos días el presidente de Sortu hablaba de dar jaque mate a la guardia civil.
            Este es el estereotipo del terrorismo que cualquier ciudadano pondría como ejemplo, pero también hay otros terrorismos que, aunque más callados, son tanto o más peligrosos y parece que el común de los mortales no repara en ellos como debería. Como ejemplo basta recordar que en Madrid concretamente miles de viviendas sociales, con la garantía del Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid se han vendido por debajo de su precio de coste a multinacionales foráneas como Goldman Sacs. El dinero público destinado a la vivienda de los más humildes se ha dilapidado y sirve para que grandes empresas hagan su agosto. Sin preocupación alguna de la señora alcaldesa, Ana Botella, la señora Esperanza Aguirre o Ignacio González, actual presidente de la Comunidad de Madrid, quienes se la trae al pairo que las viviendas protegidas pasen a manos privadas y se eliminen de un plumazo todas las facilidades que se les daban a los propietarios que viven en ellas, quienes no pueden hacer frente a los pagos y se enfrentan al desahucio. Esta es también una suerte de terrorismo de Estado que aboca a centenares de familias a quedarse sin techo. Pero nadie lo califica de ese modo. Se cuela entre nosotros, como una cosita de nada, un producto irremediable de la crisis.
            Entre 10 y 12 personas al día mueren a consecuencia del virus de la hepatitis C mientras el Gobierno deshoja la margarita de si paga o no los medicamentos. Para otras cuestiones, bastante mucho más superfluas no se reparan en gastos. Hay todo un rosario de obras faraónicas inútiles y asuntos baladíes  por toda la nación,  pero la atención  de la salud de los ciudadanos, esa que se recorte o  que espere. El fanatismo de lo superfluo. El despotismo de políticos corruptos e ineptos. El triunfo de la inmoralidad a costa de la debilidad de los humildes, de los que callan y aguantan.
            Las víctimas de la talidomida,  unas 3.000 sólo en España, nacieron con carencia de extremidades o con estas malformadas a consecuencia de un medicamento, y  50 años después, cuando los supervivientes comienzan a padecer con la edad otros problemas físicos, que exigen nuevos cuidados y terapias, la Audiencia Provincial de Madrid va y les dice que el caso ha prescrito. Al parecer España es el único país donde la compañía Grünenthal no va a pagar a los afectados a causa de nuestras leyes. Las víctimas sufrirán hasta el final de sus días y jamás podrán actuar como personales normales, pero como el periodo para hacer justicia prescribe, la Ley, fiel a sus normas, lava las manos del culpable y, ciega, lo entroniza como a un santo. Aquí no pasó nada y si pasó fue como si no pasara. Esto también es puro terrorismo. La Justicia nunca puede ser como un yogur que caduca. Pero los Gobiernos de turno no hacen nada para cambiar esta bochornosa ley, con toda seguridad para disfrutar del beneficio de quedar exonerados de sus múltiples corrupciones, a fuerza de prolongar los procesos judiciales. No interesa una justicia rápida, los delincuentes tienen que salvarse, especialmente los más ricos y poderosos.
            Cómo olvidar a los 700.000 afectados de las preferentes que ahora emprenden acciones legales contra las cajas de ahorros. Este asunto también podría calificarse de terrorismo de Estado. El Gobierno, a pesar del dictamen de la Comisión del Mercado de Valores diciendo que es un engaño, además de no asumir su parte de responsabilidad, tampoco  obliga a las Cajas a devolver directamente el dinero que robaron, sin que las víctimas tengan que hacer frente a los gastos judiciales. Como ha pasado en Estados Unidos y otros países con similares  engaños financieros. Aparte de que ahora muchos preferentistas estén viviendo con estrecheces, los más mayores es muy posible que mueran antes de que les devuelvan los ahorros de su vida. Una vergüenza.
            Europa, Estados Unidos, China… ese  primer mundo, que predica la democracia, la tolerancia y los derechos humanos, es el mismo que esquilma los bosques en la Amazonía, el coltan  del Congo o los diamantes de Sudáfrica.  El que saquea las riquezas de África. El que trafica con órganos humanos, animales exóticos y drogas. El que tortura y extermina por dinero. El mismo primer mundo fanático que invade países, provoca guerras y vende armamento. El mismo que ve la paja en el ojo ajeno, pero nunca en sus  ojos. El mismo que condena la violencia y, de forma simultánea, para controlar los hilos de la economía, a su paso va dejando un reguero de hambre, muerte y destrucción. Unas veces a través del Fondo Monetario Internacional o del Bando Mundial. Otras por medio de un acuerdo bilateral o un pacto leonino. Muchas por una guerra en nombre de la libertad y la paz, pero que solo persigue  recursos naturales, poder y dinero.
La riqueza crea pobres. La especulación es la fábrica del hambre y de la explotación. Nadie está libre de pecado. Son los tiempos del imperialismo económico, de la economía global y las multinacionales  van de cacería por el mundo y se lo van repartiendo. El terrorismo por tanto no solo está en Oriente ni es patrimonio de grupos de exaltados. Occidente, en general ese primer mundo que parece llevar las riendas, también tiene su propio terrorismo, sus muertos, sus víctimas y verdugos. Nos gusta mirar para otro lado y decir que, al menos ahora, el terror viene de fuera. Mucho más justo es reconocer que, aquí, antes y ahora,  el terrorismo también estuvo y está con nosotros.